Sanctimonia Vincet Semper

1

Linaje Oscuro

Hay quien dice que la vida de los ricos es eterna felicidad, sufrimiento inexistente y lujos por doquier, sin embargo, son bocas llenas de ignorancia que no han sufrido el destino de tener una vida planificada desde antes de nacer. El castigo para la joven y hermosa Cassiopeia, fue ser la consecuencia de un amor prohibido.

Fruto de un padre ausente y una madre consumida por la melancolía, se vio forzada a educarse a sí misma e instruirse en el mundo de la alta sociedad. Desde pequeña, aprendió la etiqueta a la perfección y se vió capaz de dominarla como lo haría la duquesa más cercana a la Reina de Inglaterra. Acompañada de la servidumbre, quien velaba por esta a petición de su progenitor, quien rara vez veía más de dos veces al año, aprendió a desconfiar de las voces que murmuraban preocuparse por ella.

Así, la triste y solitaria muchacha, pasó sus años de infancia y adolescencia temprana. Fue llevada a Beauxbatons, obligada por su madre a que la remota idea de ir a Hogwarts desapareciera inmediatamente surgió. Durante años, se vio encarcelada en la jaula que representaba vivir bajo la sombra de Angeline Everhart, y su inmensa preocupación por algo que desconocía, pero sospechaba se encontraba en tierras irlandesas.

—¿Cuándo podré verlo?

La joven daba vueltas entorno a un viejo sofá, sobre el que una figura delgada y frágil yacía envuelta en cobijas. A simple vista, parecería una anciana, sin embargo, era lo que restaba de una mujer deprimida a consecuencia de un amor acumulado sin lugar al qué ir.

—Él vendrá la próxima semana. Quiere llevarte a estudiar a Hogwarts, dice que es momento de que te reencuentres con tus verdaderas raíces.

—¿Por qué ahora?

—Porque estoy muriendo, Cassie. No puedo ocultarte más bajo estas cuatro paredes.

—No estás muriendo. Solo estás deprimida.

—Discutamos en otro momento. Debes partir pronto, realiza tus maletas. La servidumbre se encargará de tus otras pertenencias.

Caminando hacia la salida, fue interrumpida por el llamado de su madre una segunda vez, deteniéndose justo sobre el arco de entrada a aquella sala de estar.

—Cassie.

No hubo respuesta por parte de la joven, a lo que la mujer continuó.

—Si las voces regresan, no se lo cuentes a nadie. Ni siquiera a tu padre, ni a quien él decida presentarte como tu familia.

. . .

—Esta es tu habitación. Haz lo que quieras, solamente no actúes como una niña, y no me molestes.

—Sí, padre.

El hombre desapareció a través de los pasillos, mientras la jovencita se dejaba caer sobre la cama. Era dura, rígida, y muy incómoda. Para nada era parecida a la que usaba en Francia, nada en ese lugar la hacía sentir en casa, sin embargo, estaba obligada a permanecer ahí durante muchos años. Pronto, y para sorpresa de ella, sus ojos empezaron a cerrarse poco a poco y cuando menos se lo esperó, terminó quedándose profundamente dormida, posiblemente a consecuencia del agotador viaje.

Difusas imagénes empezaron a surgir en su cabeza conforme navegaba en sus sueños. Murmuros, ruidos... voces, parecían luchar por ser escuchadas conforme se sumergía más y más en las profundas aguas de sus sentimientos. «Ella no está preparada para conocer la verdad. No puede conocer todavía a...»

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Y despertó. Para entonces, ya se había hecho de noche. Aquel extraño sueño comenzó a desvanecerse como lo haría cualquier otro, sin saber, que quizás, no había sido un sueño sino el propio susurro proveniente del alma de alguien que yacía trabajando en el piso inferior al de su habitación. Y que quizás, aquello que su madre advirtió, había regresado.

2

Sangre y secretos

La sangre es más espesa que el agua, solían decir los ancianos sabios, y en muchas ocasiones demostraron tener razón. Habían pasado meses desde la llegada de Cassiopeia a la finca de los Everhart en Inglaterra, al menos eso creía ella. Rara vez había hablado con su padre, quien no permanecía más de cinco horas en aquel lugar y tampoco acudía todos los días a visitarla. Su compañía estaba rodeada de la servidumbre, a la que ella misma consideraba indigna de su presencia y creía que ni siquiera estaban en el derecho de servirla, pues no eran más que pobres ignorantes buscando dinero. Los pensamientos verdaderos de estos mismos llegaban a su cabeza, gracias a la habilidad legilimante heredada de su madre, y hacían que los aborreciera a todos y cada uno con mucha más pesadez.

La única excepción de su habilidad era su propio padre, quien tenía un laberinto en su cabeza que le impedía descifrar sus pensamientos verdaderos y aquello que sentía por su presencia. Eso la hacía enojar, le molestaba mucho, sin embargo, no lo hacía saber a nadie; y aunque deseaba hacerlo, no tenía a quién.

Los momentos donde podía escuchar ecos de la cabeza de su padre, eran durante las noches, cuando él se encontraba dormitando en la oficina, debajo de la habitación de Cassiopeia. En dichos momentos, podía escucharlo pensar acerca de una niña, de cabellos rubios y gran belleza; las primeras noches, asumió que se trataba de ella misma, sin embargo, cada vez encontraba más cosas que no encajaban del todo con su persona; sino de otra totalmente distinta. Esa noche no sería la excepción, escuchó las voces de su padre mientras dormitaba, sin embargo, esta vez fue diferente. Muy diferente. «Keyra... debo regresar a Keyra. Cassiopeia todavía no puede descubrirlo... es demasiado pronto...»

Como agujas clavándose en su piel, las imágenes llegaron a su cabeza, una tras otra, asaltándola hasta dejarla inconsciente. Sin embargo, a la mañana siguiente, todo tuvo mayor claridad, y supo lo que tenía que hacer. Se alistó como cualquier otro día, incluso, se vistió con mayor elegancia, bajó las escaleras de la mansión y llegó al comedor, donde su padre yacía leyendo el periódico El Profeta. Se sentó justo al extremo contrario al de larga mesa, y lo observó, fijamente; este por su parte, no miraba a la chica, parecía cuanto menos desinteresado.



—Buenos días, padre.

No contestó. Su mirada permaneció clavada en el periódico, que parecía mucho más importante que tener una conversación con su propia hija.

—Es una mañana hermosa. Creo que por primera vez, le he pedido a Émil que abra las cortinas.

Tampoco hubo respuesta. Solamente bebió de su café, lo que hizo a Cassiopeia enfurecer. Sin más preámbulo y dilatación, comentó con claridad para llamar la atención de su padre.

—A Keyra le encantan los días así. Pero eso ya lo sabes tu, después de todo, también almuerzas con ella de vez en cuando.

La taza cayó de sus manos, rompiéndose en mil pedazos al impactar contra el suelo de mármol y sus ojos se clavaron por primera vez en el día sobre Cassiopeia, llenos de confusión y sorpresa. Aquello realmente atravesó sus defensas, lo que permitió a la chica leer más a profundidad su cabeza.

—¿Qué has dicho?

—No me trates como una niña estúpida. Ya lo sé todo, y no tuve que preguntarte nada.

—¿Cómo...?

—¿Mamá lo sabe? —preguntó, interrumpiéndolo—. ¿Ella lo sabe?

Un silencio alargado recorrió el comedor, lo que hizo reír a la chica de forma burlona, como si su pregunta fuera respondida a través de este imperturbable escenario.

—Por supuesto que no lo sabe. Ninguna de las tres lo sabe, pero eso acabará pronto.

—¿Qué crees que estás diciendo, Cassiopeia?

—Keyra se enterará. Voy a asegurarme de ello, y tú estarás presente.

—Ni se te ocurra...

—Hay cosas peores que puedo decir, cosas que creías mantener en secreto —volvió a interrumpirlo, azotándolo con la mirada—. Así que no me retes.

El hombre permaneció impactado, mientras la jovencita atravesaba el comedor hasta desaparecer de este. El silencio volvió a reinar en aquel sofisticado salón; pronto, aquella mansión sería sacudida por un huracán que Cassie se encargaría personalmente de crear.

3

Cena familiar

Con el paso del curso escolar, Cassiopeia se encargó de invitar a Keyra a la mansión de los Everhart, donde obligó a su propio padre a acudir en una fecha pactada. Una vez que el hombre atravesó los portones metálicos de gran altura, se encontró con la sorpresa de que había ya un carruaje estacionado delante de la entrada; al ingresar al hogar, su corazón se detuvo de la sorpresa al observar la silueta de Angeline Everhart, su amante, y su hija paradas justo delante de él, la segunda, con una sonrisa más burlona que contenta.

—Angeline... —expresó en un tono de voz entrecortado.

—Abraxas, yo...

—Bienvenido, Padre —interrumpió Cassiopeia, mirando de reojo a su madre y luego regresando su vista al frente—. Madre acaba de llegar también desde Francia. Es una reunión importante, después de todo.

Antes de que los dos pudieran decir algo, la menor los encaminó al comedor, donde situó cuatro sillas, y al sentarse, estos se dieron cuenta de que faltaba un invitado; Angeline no lo sabía, pero los otros dos sí, y uno de ellos —Abraxas— temía la hora en que dicho invitado apareciera. La expresión en el rostro de la chica era impaciente, hasta que la servidumbre anunció la llegada de otro carruaje más. Sin advertencia, se levantó y se paró delante de la puerta principal, donde recibía a la recién llegada.

—Keyra, querida.

—¡Cassie! —expresó la hermosa y amable jovencita, en un tono jovial y alegre, avalanzándose sobre su amiga para abrazarla con bastante afecto—. ¡Qué hermosos jardines por los que he pasado! Son tan verdes, me han dado inspiración para...

—Estoy segura de que sí —interrumpió, tomando delicadamente del brazo a Keyra, para encaminarla—. Ya me contarás sobre todo lo que surgió en esa cabeza tuya después. Hay invitados esperándote.

—¿Invitados? —comentó, y después observó de reojo los dos carruajes en la entrada, junto al de ella. Uno de ellos, pensó, resultaba demasiado familiar—. Pensé que sería solo una persona...

—No sería divertido si no hubiera sorpresas de por medio.

—Bueno, de cualquier manera, ya estoy aquí. ¡Quiero conocerlos!

Las dos jovencitas de platinado cabello se encaminaron por los pasillos de la mansión, hasta llegar al comedor. Mientras la invitada carcajeaba, encantada, su anfitriona se detenía justo en el arco de entrada a la estancia, donde su compañera parecía palidecer al reconocer una de las siluetas sentadas en la mesa; justo al fondo. Era su padre, Abraxas Malfoy, mirándola fijamente mientras esta se esforzaba por pensar en qué decir.

Cassiopeia cruzó el salón, mientras Keyra le seguía, mirando fijamente a su padre. Ambas tomaron asiento en costados extremos, y finalmente, la primera, rompió el silencio con un anuncio bastante impactante para su invitada.

—Keyra, te presento a mis padres. Angeline Everhart, y Abraxas Malfoy.

—¿P-padres? —palideció, y luego observó al hombre—. ¿Padre?

—Keyra, debes saber que... —trató de decir el hombre.

—Esto debe ser impactante para ti... —comentó Angeline, mirándole—. No deberías de haberte enterado de esta...

—Era la única manera —interrumpió Cassiopeia a ambos, fijando la mirada sobre Keyra—. Porque ambos son dos cobardes, y tú mereces saberlo. Mereces saber que tenemos el mismo padre. Que estamos relacionadas directamente.

—Que somos hermanas... —murmuró Keyra, luchando por asimilar lo que estaba sucediendo—. Sabía... Sabía que ocultabas algo, pero no me imaginaba que sería...

—Keyra, déjame explicarte.

—Mamá lo sabe también, ¿No es así? —preguntó, pero la mirada de su padre contestó inmediatamente. Ella lo sabía—. Por eso... por eso todos estos años se ha comportado así conmigo. Tú eres la razón.

Keyra se levantó del asiento, saliendo del comedor rápidamente y deteniéndose justo en el pasillo, todavía, luchando por entender lo que acababa de presenciar. Angeline trató de levantarse, junto con Abraxas, pero Cassiopeia fue más rápida que los dos y alcanzó a la jovencita, quien sentía un nudo haciéndose en su garganta consecuencia de las palabras que estaba diciendo.

—Keyra.

—Gracias por la invitación, Cassie —interrumpió, antes de cualquier cosa—. Ahora... ahora yo...

Pero no encontró respuesta, y atravesó las puertas de entrada hasta entrar al carruaje y marcharse, dejando un rastro de decepción tras de sí.